Qué decir de nuestra heroína: Conchita. «Conchita, la bella e inocente Conchita, sobre todo, ídolo y encanto de su difunto padre, delicia de toda la familia y bello ornamento de la villa». ¡Hace falta un par para poner a la angelical Conchita en un pedestal, como «ornamento de la villa», a la altura de la estatua ecuestre de algún prócer mexicano! Pero nuestro Justo Sierra no se arredra y nos deja claro en una frase que Conchita es la niña que todo padre quiere que no crezca ni tenga opinión…

¡Para qué hacer una carrera en la Autónoma si a la niña la podemos casar bien con algún mozo de buena familia, tal vez hasta de la nuestra!  Pero el destino funesto siempre se cruza y a las niñas bien, recién en el umbral de la pubertad, a veces se les aparece uno de los malos-malotes, para desviarles del camino recto. Bibliografía sobre el asunto abunda,y muy variada por cierto:

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Nosotros a Conchita nos la imaginamos más pija que Lara Dibildos, para qué mentir… Delicada, de piel nívea y hasta rosadica, ojos azules turquesa como el mar de Yucatán, y movimientos gráciles para ir de casa a misa y de misa a casa… que los tiempos no daban para más juergas. El boceto que nos envía desde China nuestra colaboradora (prima de uno de nosotros, no diremos de quién para mantener la intriga) está tomado de una foto de su primera comunión: la chica ya estaba crecidita, claro.

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Evidentemente, el de Conchita es un caso paradigmático de sobreprotección filial, y como parece que un tiempo atrás un filibustero ávido de sangre se cargó a su padre, y Conchita no sabe muy bien qué hacer con el complejo de Electra, mucho nos tememos que la pobre se va a acabar enamorando del primer desarrapado de tez morena que se atreva a echarle el aliento.

Pero mejor no adelantamos acontecimientos…