Archivo mensual: enero 2012

Hacemos un paréntesis (en redonda) en el diario de George Sand para ahondar en la vida de la autora. Véase por ejemplo:

http://www.contextodeeditores.com/sand-george

 

 

 

 

«Y en ocasiones no desear otra cosa que ser George Sand. Que vestirse como ella, que llamarse como ella, que amar como ella».

Marguerite Duras

«Nosotros, los franceses, somos difíciles de satisfacer. Encarnamos la fe crítica, y en los momentos difíciles la crítica se convierte en injuria. En virtud de nuestra experiencia, que es terrible, y de nuestra imaginación, que es voraz, solo estamos dispuestos a confiar nuestro destino a seres perfectos; al no encontrarlos, nos entusiasmamos con cualquiera, un desconocido que nos engaña y nos pierde. Así, todo hombre que alcanza el poder goza inmediatamente del prestigio de la fuerza o de la habilidad. Que haga algo distinto a los demás, eso es lo único que le pedimos, y al principio no valoramos si está bien o mal. El primer día, admirar es una necesidad; valorar todavía no parece necesario. Pero al segundo día, el examen se hace más riguroso. Y al tercero ya nos acercamos al odio o al desprecio».

                       

[…] «Toda lógica humana se anula cuando, en lugar de elevarse sobre los intereses materiales, el hombre hace de estos el móvil absoluto de su conducta.» […]

»Nos juzgan capaces de correr a las armas uno contra diez, y les parecemos incapaces de negociar a través de nuestros representantes las condiciones de una paz honorable. He aquí una contradicción flagrante: o somos dignos de fundar un gobierno libre y orgulloso, o somos unos cobardes a los que es ridículo llamar a la gloria de los combates.» […]

[…] «Se organiza ya la defensa. Si nos dejan tiempo, el miedo dejará sitio a la ira. Esto no asusta a quien razona, y confieso que la borrasca de la invasión no me preocupa más que la nube que surge en el horizonte en un día de verano. […] Sin embargo, toda nuestra vida es un continuo pasar de nubes amenzadoras: no siempre estallan sobre nuestras cabezas, y solo nos preocupamos ligeramente de los males inevitables. Así es la vida del hombre, una aceptación perpetua de la muerte; […] ¡Que pase, pues, esta tormenta de muerte, y nos lleve a muchos de golpe! […]

»¿Cuál es el carácter distintivo de estos pueblos? El nuestro no tiene mucho orden en sus asuntos; el suyo, demasiado. […] Llegan fríos y duros como una tempestad de nieve, implacables en sus decisiones, feroces si es necesario, aunque tan dulces como se puede serlo en la vida y sus rutinas. No reflexionan en absoluto: no es el momento; la reflexión, la piedad, el remordimiento ya los espera en el hogar. En marcha son máquinas de guerra inconscientes y terribles. Esta guerra es particularmente brutal, sin alma, sin discernimiento, sin entrañas. […] No hay héroes, tan solo metralla. […]

»Así es como la civilización ha entendido su poder en Alemania. Su pueblo positivista ha suprimido hasta nueva orden la quimera de la humanidad. […] Contemplamos con estupor su esplendor mecánico, su disciplina de autómatas sabiamente ordenados. […] Debemos reconocer que hay en este pueblo un estoicismo de voluntad del que carecemos, una persistencia del carácter, una paciencia, un saber extensivo a todo, una capacidad de decisión sin réplica, una virtud extraña hasta en el mal que cree que deben cometer. […] Este millón de hombres que Alemania ha vomitado sobre nosotros no puede ser la horda salvaje de las innumerables legiones de Atila. Es una nación diferente a la nuestra pero iluminada por la misma civilización, nuestra igual ante Dios. […]

»Lo que es seguro, lo que podemos predecir, es que no está lejos el día en el que la juventud alemana despertará de su sueño. Sumida hoy en el error que estamos padeciendo, que consiste en creer que la grandeza de una nación reside en su fuerza material y puede personificarse en la política de un hombre, reconocerá un día que ningún hombre puede ser investido con un poder absoluto sin que abuse de él.» […]

[…] «Por mucho que insistamos al campesino para que deje de llamar amo al propietario de la tierra que cultiva, desea que la posesión implique una autoridad. […]

»Ahí donde el burgués acepta el sacrificio a la patria que le lleva a aceptar la amargura de la escalvitud, el campesino lo hace por la creencia fatalista de que el hombre está hecho para obedecer. […]

»¿Cómo organizar una nación en la que el campesino no entiende y domina en número la situación?»

[…] «Todo se esfuma, la naturaleza desaparece. Se acabó la contemplación. Me arrepiento por haberme distraido un instante. No tenemos derecho al olvido. ¡Aléjate, poesía, me eres inútil!» […]

[…] «Han llegado tiempos de calamidad social en los que cualquier ser organizado intuye en él un temblor de raíces de la solidaridad humana.» […]

»“Dichosos aquellos que creen que la vida no es más que una prueba pasajera y que al despreciarla lograrán una eternidad de delicias”. Este cálculo egoísta indigna mi conciencia, y sin embrago creo que viviremos eternamente, que nuestra voluntad de elevar las almas hacia la verdad y el bien nos permitirá adquirir fuerzas siempre más puras e intensas para el desarrollo de nuestras existencias futuras, pero creer que las puertas del cielo se abren a cualquiera que desprecie la vida terrenal me parece impío. […] La vida es un viaje: hagámoslo útil, si nos resulta duro.» […]

[…] «Nos hospedamos en casa de unos amigos adorables, una casa vieja, muy cómoda y limpia; estamos todo lo bien que se puede estar en estos tiempos malditos. El aire es sano y vivo, el sol lo ha devorado todo, y el peligro de hambre es aquí más aterrador que de dónde venimos. […] Los niños ríen y corretean en su mundo apartado y feliz, que por nada se inquieta o se entristece. […] Queda claro que los niños no conocen el miedo a lo real.»

[…] «Mientras el rico, valiente o acobardado, abandona su bienestar, su industria, sus esperanzas personales para luchar o huir, el viejo campesino, triste y grave, continúa su tarea y trabaja para el año próximo. Su granero está casi vacío, pero aunque estuviese repleto, sabe bien que, de una u otra forma, él será quien pague los gastos de la guerra. Bien sabe que este será un invierno de miserias y privaciones, ¡pero cree en la primavera! La naturaleza es siempre para él una promesa, y me ha parecido menos afectado que yo al ver morir este verano la última brizna de hierba de su prado, la última flor de su parcela. Sentí una tristeza de artista al ver morir la planta, la flor, esa sonrisa pura y sagrada de la tierra, esta humilde y perpetua fiesta de la estación de la vida.» […]

 

[…] «Miles de hombres acaban de sembrar los campos de batalla con sus cadáveres mutilados.  […] Una gran alma se eleva con el humo de vuestra sangre injusta y odiosamente vertida por la causa de los príncipes de la tierra. Solo Dios sabe cómo se difundirá esta alma magnánima por las venas de la humanidad, pero sí sabemos al menos que una parte de la vida de estos muertos vuelve a nosotros para afianzar el amor a la verdad, el horror de la guerra por la guerra, la necesidad de amar, el sentimiento de la vida ideal, que no es otra que la vida cotidiana tal como estamos llamados a conocerla. De este abrazo furioso de dos naciones surgirá un día la fraternidad, futura ley de los pueblos civilizados. Tu muerte, gran cadáver de los ejércitos, no será en vano, pues cada uno de nosotros llevará en él uno de los corazones que dejaron de latir. […]

»Y todo esto no es nada; ¡nada, en realidad! Hoy incluso añoramos aquella época tan cercana, pero de la que parece separarnos ya todo un siglo de desastres. La guerra, la guerra en el corazón de Francia, ¡y hoy París está sitiado!».