«Nosotros, los franceses, somos difíciles de satisfacer. Encarnamos la fe crítica, y en los momentos difíciles la crítica se convierte en injuria. En virtud de nuestra experiencia, que es terrible, y de nuestra imaginación, que es voraz, solo estamos dispuestos a confiar nuestro destino a seres perfectos; al no encontrarlos, nos entusiasmamos con cualquiera, un desconocido que nos engaña y nos pierde. Así, todo hombre que alcanza el poder goza inmediatamente del prestigio de la fuerza o de la habilidad. Que haga algo distinto a los demás, eso es lo único que le pedimos, y al principio no valoramos si está bien o mal. El primer día, admirar es una necesidad; valorar todavía no parece necesario. Pero al segundo día, el examen se hace más riguroso. Y al tercero ya nos acercamos al odio o al desprecio».