- Acero de Madrid. Epopeya.
- Antología sin título
- Banteki (El salvaje)
- Charlotte Temple
- Cuentos
- Cuentos de barro
- Cuentos criminales
- Diana Cazadora
- Diario de una viajera durante la guerra
- Distópicas
- El Filibustero
- El idiota de mi tio
- El odio es amor inverso
- El pescador de esponjas
- El rostro tocado por la pena
- Íntimas
- Juvenilia
- La bolsa de huesos
- La confidente
- La fuente envenenada
- La hermana cruel
- La mancha del alma
- La muerte es un país verde
- La sombra del humo en el espejo
- Los Arrecifes de coral
- La vida de pie
- Los artistas del hambre
- Los Haiduci
- Los oficios del libro
- Mujeres de artistas
- Novelas cortas
- Óigame un escuchito…
- Paquita
- Pequeñas historias de la Gran Guerra
- Poshumanas
- Raucho
- Resurrección
- Su majestad el Hambre
- Un día de guerra
- ¡Umbra!
- Vivir a manos llenas
89
«Nosotros, los franceses, somos difíciles de satisfacer. Encarnamos la fe crítica, y en los momentos difíciles la crítica se convierte en injuria. En virtud de nuestra experiencia, que es terrible, y de nuestra imaginación, que es voraz, solo estamos dispuestos a confiar nuestro destino a seres perfectos; al no encontrarlos, nos entusiasmamos con cualquiera, un desconocido que nos engaña y nos pierde. Así, todo hombre que alcanza el poder goza inmediatamente del prestigio de la fuerza o de la habilidad. Que haga algo distinto a los demás, eso es lo único que le pedimos, y al principio no valoramos si está bien o mal. El primer día, admirar es una necesidad; valorar todavía no parece necesario. Pero al segundo día, el examen se hace más riguroso. Y al tercero ya nos acercamos al odio o al desprecio».