Catálogo de libros

La sombra del humo en el espejo

Augusto d’Halmar

Prólogo de Luisgé Martín

Ficha técnica

200 pags.; 143 mm x 215 mm; rústica
Precio: 14,50 €
ISBN: 978-84-8344-319-4

Editores:Álex Cerrudo, Raquel Jiménez Córdoba, Noemí Martínez Martín, Helena Peña Corredor, Golmary Pocaterra Gutiérrez, Gloria Ponce Santamaría, Javier Sanz

El autor

En el funeral de D’Halmar, dieciocho oradores pidieron la palabra. La última intervención fue memorable: «Yo no vengo a pronunciar un discurso, señores. Solo vengo a decirles que es hora de cerrar el cementerio y este cadáver debe ser sepultado». Augusto d’Halmar —seudónimo de Augusto Goemine Thomson (Santiago de Chile, 1882-1950)— desafió durante toda su vida los hábitos e ideales del hombre común. Iniciado en la producción literaria como redactor en revistas y periódicos, su primera novela, La Lucero, publicada en 1902 y reeditada después como Juana Lucero, se convirtió en un hito de la literatura chilena. Sin embargo, en 1907 decidió empezar una vida itinerante para ejercer como cónsul general en Indostán y después en Perú. Durante la Gran Guerra sirvió de corresponsal desde París, donde coincidió con Huidobro y Unamuno, además de con su admirado Oscar Milosz, a quien tradujo y difundió después en España. Aquí trabajó como traductor, periodista y conferenciante, y publicó sus obras más representativas, en las que vida y obra formaban parte de una misma búsqueda de identidad. Sus viajes por Oriente sirvieron de tema central de Nirvana (1918), Mi otro yo (1924) y La sombra del humo en el espejo (1924), en las que él mismo se convirtió en personaje de ficción. En La sombra del humo en el espejo incorporó elementos homoeróticos, que fueron más explícitos en Pasión y muerte del Cura Deusto (1924). La crítica española, con Cansinos Assens a la cabeza, respondió con un ninguneo prejuicioso: «Me repele por lo que de su argumento me han anticipado y no he tenido ánimos para leerla». Contó, en cambio, con la amistad y el apoyo de Federico García Lorca y de Antonio Machado. Su retorno a Santiago de Chile en 1934 estuvo seguido de una serie de homenajes que culminó con el primer Premio Nacional de Literatura en 1942.