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El filibustero es una novela de muy pocas páginas, así que uno de los grandes retos a los que nos hemos enfrentado en la edición del libro ha sido la extensión. La primera idea que se barajó fue incluir ilustraciones, pero ¿a quién le íbamos a pedir el encargo y, además, gratis? Nuestra compañera, Xian Li, nos habló de una prima suya, ilustradora profesional.

Le pedimos un par de sketches que nos gustaron mucho porque tenían, precisamente, un punto de dibujo de cómic con el que queríamos llegar a un público concreto. Pero, la distancia, la lengua y la cultura iban a jugar en nuestra contra, sin mencionar que nuestra ilustradora, Chao Wang, tenía un trabajo a tiempo completo.

Cada vez que se pide un encargo a un ilustrador es necesario hacer un briefing de cada ilustración y lo ideal no es describir una escena concreta, sino una idea o impresión. Claro, esto es muy fácil en la teoría, pero cuando tienes que cruzar fronteras no solo lingüistas sino culturales, la cosa cambia.

¿Cómo le explicábamos la idea de un pirata caribeño? ¿Y la de una heroína de clase alta del siglo XVII mexicano? ¿Habría visto alguna vez edificios de la época? Pues, obviamente, no, no y no. Nuestra estrategia fue darle el mayor material posible para que pudiera tener una referencia y, por supuesto, describirle lo más detalladamente posible las escenas que, a su vez, Xian le tradujo al chino.

El resultado final ha sido un buen trabajo, quizás las ilustraciones reflejen en demasía escenas concretas del libro, pero son los riesgos que se corren en la travesía de Occidente a Oriente. Aquí tenéis algunas para ir abriendo boca. ¡Buen provecho!

Después de describir a la protagonista, la dulce y angelical Conchita, se hace necesario hablar del motivo que llevó a tan cándida criatura a abandonar el camino correcto. Decir que se trata de un hombre valiente, aguerrido y un poco sanguinario sería simplificar demasiado su figura. Y es que Diego el mulato también tiene su corazoncito, escondido detrás de los bronceados pectorales. Hoy diríamos que es un joven con problemas de adaptación, víctima de las circunstancias. Proviene de una familia desestructurada: Su madre tiene un pasado y una procedencia “dudosos”, no en vano a nuestro Diego lo llaman “el Mulato”; Su padre es un delincuente reconocido y buscado, un filibustero (lo que se llevaba en el siglo XVII) y únicamente se ha mostrado orgulloso de su hijo cuando delinque a su imagen y semejanza. Pero muy en el fondo quizá Diego, el mulato, tenga escrúpulos. No en vano un ser capaz de enamorarse a primera vista y de enfrentarse a hordas de campechanos para fugarse con su amada, tiene que tener un espíritu romántico que ennoblezca su alma. Aunque se condene por nimiedades como quemar villas o cortar cabezas.

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El caso es que alguien con los antecedentes de nuestro protagonista tiene pocas probabilidades de acabar bien. Si su época hubiese sido la actual sería carne de cañón, de centros de menores primero y  de algo así como “Mujeres, hombres y viceversa” después. Defendería a su “chati” en las discotecas a puñetazo limpio y engrosaría la lista de la temida “generación ni ni”. Pero no, a nuestro Diego le tocó capear otros temporales con otras vicisitudes en una época en la que ser un “ni ni” no tenía la menor gracia así que tenía que dedicar su vida a algo y, ¿qué podría ofrecer él a una niña bien como Conchita? Poca cosa pensarán algunos, una vida apasionada y llena de aventuras pensarán otras…En cualquier caso, el pobre no tuvo otra opción que seguir los pasos de su padre (que, por desgracia, no era sastre ni posadero) claro que, de otro modo, la historia no tendría la menor importancia y nos estaríamos perdiendo una leyenda formidable.

Qué decir de nuestra heroína: Conchita. «Conchita, la bella e inocente Conchita, sobre todo, ídolo y encanto de su difunto padre, delicia de toda la familia y bello ornamento de la villa». ¡Hace falta un par para poner a la angelical Conchita en un pedestal, como «ornamento de la villa», a la altura de la estatua ecuestre de algún prócer mexicano! Pero nuestro Justo Sierra no se arredra y nos deja claro en una frase que Conchita es la niña que todo padre quiere que no crezca ni tenga opinión…

¡Para qué hacer una carrera en la Autónoma si a la niña la podemos casar bien con algún mozo de buena familia, tal vez hasta de la nuestra!  Pero el destino funesto siempre se cruza y a las niñas bien, recién en el umbral de la pubertad, a veces se les aparece uno de los malos-malotes, para desviarles del camino recto. Bibliografía sobre el asunto abunda,y muy variada por cierto:

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Nosotros a Conchita nos la imaginamos más pija que Lara Dibildos, para qué mentir… Delicada, de piel nívea y hasta rosadica, ojos azules turquesa como el mar de Yucatán, y movimientos gráciles para ir de casa a misa y de misa a casa… que los tiempos no daban para más juergas. El boceto que nos envía desde China nuestra colaboradora (prima de uno de nosotros, no diremos de quién para mantener la intriga) está tomado de una foto de su primera comunión: la chica ya estaba crecidita, claro.

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Evidentemente, el de Conchita es un caso paradigmático de sobreprotección filial, y como parece que un tiempo atrás un filibustero ávido de sangre se cargó a su padre, y Conchita no sabe muy bien qué hacer con el complejo de Electra, mucho nos tememos que la pobre se va a acabar enamorando del primer desarrapado de tez morena que se atreva a echarle el aliento.

Pero mejor no adelantamos acontecimientos…