Catálogo de libros

Cuentos

Para leer en la cama con un pitillo en la boca

Daniel Sueiro

Prólogo: Juan Bonilla

Ficha técnica

304 págs.
140 x 210 mm.
Rústica con solapas
ISBN: 978-84-8344-697-3
PVP: 18,70 €

Edición y corrección:
Irene Arroyo Álvarez, José Corrales Díaz-Pavón, Verónica Cortés Galván, Ana García Romero, Julia García Felipe, Laura Morán Guardiola, Ana Isabel Palacios Martín y Sara Terrero Esteban.

Inicio del Prólogo

Impactos de un cuentista

Llamémosle «el impacto». Cada cual sabrá cuándo lo sintió por primera vez. Vicente Aleixandre cuenta que él lo sintió leyendo a Rubén Darío, Gimferrer creo que dijo alguna vez que a él lo deslumbró en clase mientras traducían un pasaje de Virgilio —lo que no dice es que seguramente era en clase de parvulario, que es cuando Gimferrer empezó a aprender latín—, otros amigos cuando les pregunto rascan un momento en su memoria o se sumergen en la honda ciénaga de sus recuerdos y reaparecen para contestar: una rima de Bécquer, un cuento de Borges, El lobo estepario, los sonetos de Quevedo. Yo puedo ubicar con precisión el momento del impacto. Había quedado finalista de un concurso de redacciones patrocinado por la Caja de Ahorros y mi recompensa era un volumen entelado en rojo que recopilaba el cuento ganador y los finalistas del premio de cuentos mejor dotado y más prestigioso que en la época había en España: el Hucha de Oro. No sé si hará falta decirlo pero lo diré: no tenía idea de qué era el Hucha de Oro ni quiénes eran aquellas personas que aparecían fotografiadas cada una de ellas antes de sus relatos. Lo único que me asombraba muy de veras es que con solo unas cuantas páginas alguien pudiera ganar una fortuna. Aparqué el volumen en mi cuarto, junto a mis únicos libros, o sea, unos Asterix, los libros del colegio y la Biblia, y ahí habría quedado todo si no fuera por la bendición del aburrimiento, por las largas tardes del sur, por la imposibilidad de salir a la intemperie de cuarenta grados y la de dormir la siesta. Una tarde abrí el libro entelado en rojo y empecé a leer el cuento ganador: EL DÍA EN QUE SUBIÓ Y SUBIÓ LA MAREA. Y ahí localizo «el impacto». Supongo que antes, leyendo una crónica de un partido de fútbol o algunos de los más impresionantes capítulos del Génesis o de algún Evangelio, me habría pasado, no lo sé, en cualquier caso, en mi memoria si tengo que ubicar el momento del impacto, siempre acudo a aquella tarde y a aquel cuento. Por impacto entiendo aquello que pedía Borges —haciendo pie en una sugerencia del poeta A. E. Housman— a todo texto literario: que nos tocara físicamente, como la inmediatez del mar. Una emoción difícil de definir, que te abduce —es decir, suspende el espacio-tiempo en que vives— y te transporta a un lugar que por muy hecho solo de palabras que esté, erige un mundo que es algo más que palabras. Ni siquiera sabía si había entendido bien el cuento, pero me había impresionado tanto que no pude continuar con el siguiente, sino volverlo a leer. Narraba, de manera fría, minuciosa ma non troppo, una especie de apocalipsis, un tsunami tranquilo, apacible, ola a ola el mar devorando todo, sin violencias estrictas, con una música leve. El párrafo final fijaba una responsabilidad particular en aquellos mismos que habían padecido esa sed del mar. Ni idea de ecologismos en aquellos momentos —era 1978, yo tenía once años—, a mí solo me impresionaba la manera en la que el autor había conseguido hacer del mar un animal vivo, una conciencia, un personaje. Y su soberana labor de destrucción. Cómo era capaz de agigantar lo pequeño, cómo las conversaciones banales del bar se volvían de repente como manifestaciones sagradas que estaban pidiendo mármol para ser inscritas en él porque, precisamente, la voracidad del mar iba a convertir su ordinariez en extraordinaria. Después de leerlo otra vez, la emoción seguía en pie. Había llegado la hora de enterarme de quién había escrito aquel cuento. Leí la nota que acompañaba a la foto del señor de pelo blanco y gafas de pasta negra y memoricé su nombre: Daniel Sueiro.