Catálogo de libros

Vivir a manos llenas

José-Miguel Ullán

Ficha técnica

264 págs.
143 x 215 mm.
Rústica
ISBN: 978-84-8344-834-2
PVP: 16.50 €

Edición y corrección:

Érika Ambrosio, Clara Auñón, Elena Espada Serrano, Elena Gómez, Gyulshen Ismet, Cristina Morillas López, Carmen Ostio, Gonzalo Rute y Pepe Tesoro

 

Resplandor es la primera palabra que puede describir lo que sentí cuando conocí la escritura y luego a la persona de José-Miguel Ullán. En aquel momento quizá fue Ángel Sánchez, que estudió con él en Salamanca y que, como él, era poeta precoz y luego uno de los grandes inventores del verso en Canarias y en España, quien nos puso en contacto. Yo era redactor del diarioEl Día, de Tenerife, y aunque era aún casi un adolescente tenía al cargo, entre otras responsabilidades, las páginas literarias que yo mismo bauticé con una palabra guanche, tagoror,que en aquel entonces fue recibida con burlas por una ciudadanía cultural que aún no había abrazado el pasado guanche hasta hacerlo propio, como si no se llamaran García o Ramos o Alonso o Cruz o cualquiera de los sucesivos nombres castellanos que certificaban cómo los aborígenes habían sido sucesivamente eliminados del, por así decirlo, tagororinsular. Tagoror,por cierto, significa «asamblea».

Después de aquella introducción que probablemente se debió a Ángel Sánchez y que luego consolidó Emilio Sánchez-Ortiz, poeta y narrador isleño que pronto conoció a José-Miguel en París, el muchacho de Villarino de los Aires, peculiar exiliado en la capital de Francia entre 1966 y 1976, comenzó a enviar crónicas para Tagoror. Era, verdaderamente, un resplandor, no solo por su escritura, sino por los personajes que él fue atrayendo a sus trabajos de peculiar, y sobresaliente, corresponsal literario. Desfilaron por su escritura, y por tanto por su corresponsalía, personajes como Severo Sarduy, que era su amigo y que luego sería su compañero en Radio France, y otros amigos suyos muy queridos, y muy citados, cuyos nombres, naturalmente, nos deslumbraban. Entre ellos estaban Marguerite Duras u Octavio Paz, que eran figuras ya entonces imprescindibles en la literatura universal, y con más razón en el modesto Tagororque yo dirigía.

Sus artículos o crónicas o entrevistas, como los del libro que tienen en sus manos, estaban llenos de seguridad y sabiduría y eran también guiños de humor en contra de la solemnidad de aquellos tiempos, que no son tan diferentes a los que después heredó la sucesiva historia de la cultura en lengua española.