“Las ficciones, especialmente las literarias,

enseñan más que la historia misma.” 

Tomás Carrasquilla

A pesar de ser más conocido por su faceta de escritor y crítico literario, Carrasquilla también era un ácido cronista de la realidad política y social de su tiempo. Tras abandonar la placidez de Santodomingo –la pequeña villa montañosa que lo vio nacer– por las bulliciosas calles de Medellín para iniciar sus estudios universitarios, se encontró con una Colombia desconocida, sacudida por las guerras civiles, que le obligaron a regresar al hogar de su infancia. Fue una época convulsa, marcada por el enfrentamiento entre conservadores y liberales, las crecientes tensiones entre la capital y las provincias y la influencia que el poder eclesiástico ejercía en el ámbito de la educación, y Carrasquilla no permaneció ajeno a la lenta evolución que estaba sufriendo el país.

La “Guerra de las Escuelas” o “Guerra Santa”, como se la conocería posteriormente, tuvo su origen en la antigua aspiración liberal de establecer un sistema de educación pública que permitiera la posibilidad de escoger entre enseñanza laica o religiosa, y que de tener éxito supondría el fin del monopolio de la Iglesia en materia pedagógica. Sin embargo, sería incorrecto reducir las causas del conflicto a un solo extremo, la inestabilidad que condujo finalmente al levantamiento de los estados conservadores en apoyo de los sacerdotes y contra el gobierno legítimo presidido por Aquileo Parra venía de mucho antes, y se prolongaría hasta la segunda mitad del siglo XIX.

Hasta la llegada al poder de los liberales, la mayoría de las escuelas colombianas habían estado ubicadas en grandes ciudades y tradicionalmente en manos de instituciones religiosas, allí los niños aprendían a recitar, memorizar y rezar, pero al acabar su instrucción muchos de ellos apenas sabían leer y escribir. La situación en los pueblos era aún peor, con frecuencia los campesinos sacaban a sus hijos del colegio para ayudar en las tareas del campo y colaborar en el sostenimiento del núcleo familiar, a la educación formal apenas se le daba valor al considerarse una distracción o un trámite molesto que había que cumplir cuanto antes, pero sin ninguna utilidad práctica.

Paradójicamente, la mayor oposición a las reformas surgió en aquellos territorios que más podrían haberse beneficiado de su aplicación. Los altos índices de analfabetismo, la extrema pobreza y la connivencia de la jerarquía religiosa con el poder económico, hacían estériles los intentos por introducir cambios en un entorno en el que la invocación del poder eclesiástico bastaba para zanjar cualquier discusión y la autoridad de los sacerdotes se ejercía tanto en la familia como en la iglesia.

Carrasquilla aborda este período sombrío de la historia de su país en la novela corta Luterito. En ella, los principales poderes del pueblo ficticio de San Juan de Piedragorda –representados en la figura del padre Vera, doña Quiteria y el alcalde– acuden al llamado del gobierno de la provincia para levantarse en contra de los planes para secularizar la educación pública promovidos desde el gobierno central. En su celo protector de la integridad de la Iglesia, arrastrarán a sus vecinos, inflamando los hábitos de todo el pueblo al presentar las reformas como fuente de toda clase de amenazas, reales o imaginarias.

El personaje central que presta título a este relato es el padre Nicolás Casafús, apodado con sorna Luterito por su carácter levantisco, clérigo y coadjutor del párroco de San Juan, Ramón María Vera. Hombre piadoso y temperamental, Casafús mantiene siempre una postura de una gran rectitud moral que en ocasiones le enfrenta con sus feligreses y sus superiores, a pesar de lo cual –o precisamente por ello– será objeto de rumores y dudas durante los primeros días del levantamiento, al punto de obligar al padre Vera a intervenir y exhortarle a que apoye la rebelión y responda desde el púlpito a las acusaciones de liberalismo lanzadas contra él.

No solo se niega a defenderse, por considerar que hacerlo sería una afrenta a su dignidad como hombre y como sacerdote, sino que además pronuncia en la iglesia un encendido sermón a favor de la paz pues «las ideas no se acaban a cañonazos ni se propagan a bayoneta calada». Su negativa le acarreará graves consecuencias en la forma de una denuncia al Obispo instigada por Quiteria Rebolledo de Quintana, viuda de insufrible beatería y receloso guardián de las prácticas religiosas, quien con ayuda del vecino Efrén Encinales logra convencer al crédulo párroco Vera del radicalismo del padre Casafús y lo conduce a firmar la solicitud de suspensión de sus funciones.

La novela comienza con el viaje que emprende Milagros Lobo hacia Medellín para tratar de interceder a favor de Casafús ante el Obispo. Aunque Carrasquilla la describe como un personaje humilde, es también una mujer de temple, liberal radical, con estudios, y una de las pocas personas –junto con las Valderramas y el cojo Pino– que se oponga a los manejos de don Efrén y doña Quiteria. Mientras el lector la acompaña en su peregrinaje asistiremos al relato de los hechos que la han llevado a tomar esta determinación.

Es preciso remarcar que aunque Carrasquilla se sirve de diversos caracteres para representar las distintas posturas enfrentadas en este conflicto, estos nunca devienen en meros arquetipos, al contrario, a lo largo del relato se nos desvelarán sus deseos, sus miedos y sus dudas. Y es precisamente aquel alrededor de quien gira toda la narración quien menos oportunidades tendrá de expresarse en sus páginas, de Casafús sabremos más a través de los diálogos que intercambian los distintos personajes que participan en esta historia que por sus propias palabras, el autor incluso se permite el lujo de omitir el texto del sermón sobre la paz que actúa como detonante de la trama y dejar su contenido a la imaginación del lector, sin que por ello la lectura se resienta en lo más mínimo.

Por su coraje y su nobleza, Luterito o el padre Casafús, permanece como uno de los personajes más valorados dentro de la obra de Tomás Carrasquilla.