Catálogo de libros

Paquita

Carolina Coronado

Ficha técnica

168 págs.
143 x 215 mm
Rústica con solapas
ISBN 978-84-8344-835-9
P.V.P. 13,90€

Edición y corrección:

Cristina Alconada Sánchez, Victoria Blanco Claramunt,
Ainhoa Cortón Asenjo, Paula Ducay Giménez, Carmen Guillén González, Leticia Mercado García, Claudia Pérez Carbonell,
Alejandra Porras Monguilod y Javier Sánchez Meco

El placer de descubrir
Claudia Pérez Herrero

Cuando nombro a la extremeña Carolina Coronado parece que hable de un fantasma, y ojalá fuera uno como el de Canterville o Sleepy Hollow, pero no, porque nadie ha oído hablar de esta escritora (excepto unos pocos a los que considero privilegiados). Quizá sea más conocida por el famoso retrato que le hizo Federico Madrazo en 1855, hoy en día en el Museo del Prado, que por su literatura, la gran desconocida… ¡No os desaniméis!, porque al acabar el libro seremos más los que la conozcamos y compartamos la indignación de quien no comprende que, en esta sociedad sobreinformada y con esta superproducción editorial, ella apenas tenga sitio en las bibliotecas y librerías. Para ir abriendo boca y que luego podáis disfrutar realmente del plato gourmet, me vais a permitir que exponga una breve sinopsis de Paquita. Se trata de una novela histórica que transcurre en la corte portuguesa de 1530, más de tres siglos antes de que fuera publicada (1850). La historia comienza con un príncipe portugués que se enamora de Paquita, pero su hermano, el rey, quiere desposarla con el poeta Sá de Miranda, del que Carolina hace una caricatura espléndida. ¿Cómo don Francisco de Sá, que se da a sí mismo el nombre de Nemoroso, ha de entablar diálogos de amor con una pastora que se llama Paca? […]. La fatalidad del nombre de una mujer robó por entonces a los portugueses la gloria de poseer en su literatura otro soneto. El destino es caprichoso y al final el rey la casa con quien menos espera, un esplendoroso duque do Novo Mundo. Esto ocurre sin que Paquita diga una palabra que no sea para mostrarse complaciente con las órdenes de su majestad. Por supuesto, no todo es tan simple y, al mismo tiempo, otro hermano del rey persigue a la niña porque quiere sus favores. Paquita ni siquiera se enamora, ella es el objeto deseado, sin derecho a desear u opinar. Nuestra sociedad es un conjunto de historias entrelazadas impuestas principalmente por los relatos de quienes ostentan el poder y, actualmente, muchos de los discursos que en principio rechazamos se adhieren poco a poco a nuestro imaginario y nos transforman. Del mismo modo, cuantas más historias leemos sobre mujeres objeto, más pensamos que es lo normal y más objeto nos creemos. Por eso necesitamos leer novelas como esta, en la que la parodia crítica consigue despertar a cualquiera de la pesadilla en la que nos hacen creer que no valemos nada. Paquita es un escrito extraordinariamente actual donde la protagonista parece otro fantasma, este sin voz ni evolución personal, ni siquiera expectativas propias o inquietudes…, solo es belleza y sumisión. Paquita es una elección perfecta para mostrar, a través de una parodia llevada casi al absurdo, la realidad de las mujeres en el Portugal del siglo xvi. La novela se convierte en una sátira desgarradora en la que los sentimientos de angustia y rabia son proporcionales a la risa que provoca, y con la cual, al menos yo, no dejaba de pasar las páginas con urticante gozo, persiguiendo a la autora en sus disfrazadas diatribas, profundizan do poco a poco en su burla de la novela histórica, género en boga entre los lectores españoles de su tiempo. Carolina Coronado comenzó a crear en 1829, a los nueve años, pero lo más llamativo es que ya entonces tenía una manera de expresarse llena de emociones y espontaneidad que conservó toda su vida, hasta 1911. Durante los primeros años, sus poemas se publicaron en diferentes revistas. El crítico especialista en Carolina Coronado, Antonio Porpetta, decía que sus versos sobrevivirán siempre gracias a «su intacta frescura, su gran sensibilidad, su hondo y emocionado sentido poético»; creo que cualquiera que los lea estará de acuerdo con él.

En 1843, se publicó por primera vez un volumen recopilatorio, Poesías. Como no podía ser de otra manera, tuvo un prólogo muy significativo, pese a la cantidad de perlas supuestamente alabadoras que hoy calificaríamos como machistas, escrito por Juan Eugenio Hartzenbusch, autor de Los amantes de Teruel. El resto de su obra, sin embargo, ha sido relegado al olvido, tanto sus obras de teatro, entre las que destaca El cuadro de la esperanza, como sus novelas, que se adelantaron a su tiempo. Debemos encargarnos de sacarlas a la luz. Carolina está ligada a grandes figuras: fue amiga de Isabel II, tía abuela de Ramón Gómez de la Serna y mujer de Horatio Perry, un diplomático secretario de la embajada de los Estados Unidos en Madrid. Tenía numerosas amistades en los círculos de la alta burguesía y en el de los literatos: Donoso Cortés, Bretón de los Herreros, Martínez de la Rosa Espronceda, poeta también nacido en Almendralejo y que respondió a uno de sus poemas: «A la palma», editado en 1830 en el periódico madrileño El piloto, cuando ella aún tenía trece años. Aunque contaba con grandes amigos y fuera admirada por algunos, siempre tuvo que soportar la condescendencia y el paternalismo, además del rechazo, de otros.

Por ejemplo, el éxito de Paquita fue moderado en su época porque, a pesar de su frescura narrativa y de ser una novela rompedora (recordemos que en esos años Bécquer estaba sumergido en el romanticismo), la encontraban demasiado transgresora para haber sido escrita por una mujer, poco femenina. Porque ser femenina suponía no criticar y sonreír, no tener ideas y asentir, no hablar ni innovar, todo lo que Carolina reivindica que la mujer sí puede, y no solo puede, sino que debe hacer. Contemporánea de Rosalía de Castro, Coronado logra plasmar la sociedad española comparándola con otra que conocía muy bien: la sociedad portuguesa, entre la que pasó los últimos años de su vida. Compara la nobleza: «Los príncipes de Portugal casi todos han merecido que su pueblo se agite por verlos […], si España fuese mía había de decir a los portugueses: “Dadnos vuestros príncipes o tomad nuestra tierra”», e incluso compara directamente la situación de las mujeres en ambos países: «¡Desgraciadas mujeres portuguesas! Las españolas para consolarnos de nuestra mísera condición nos acordamos de vosotras y de los camellos de África». Y más tarde: «Desde que no se caza con halcones valen las mujeres en Portugal más que un halcón», y sin embargo las españolas «valen ya no solo más que un halcón, sino más que dos», algo nada alentador e irónicamente mordaz. En el siglo xix Carolina luchaba por lo que aún hoy se sigue peleando. ¿Cuántos halcones valdremos ahora? Sus palabras no pretenden sino ser el primer puñetazo, ese que te despierte para que nadie te mate de otro.

Cuando ella narra, reflexiona sobre la naturaleza humana y sus posibilidades a partir de los límites impuestos y las ataduras sociales, a partir de la inteligencia moral y social de quienes habitaban su realidad y su presente. El desparpajo con el que se ríe del mundo en su época, contando la historia de otro siglo, asombra y enorgullece. Pone en el punto de mira estructuras tan asentadas y poco discutibles como las del sistema vigente de poder: la monarquía, su aristocracia y el patriarcado. Y esa posición despectiva contra el orden social se convierte en compasión solo cuando habla de Paquita y, para mayor asombro, en admiración cuando se trata de Briolanda, la tía de casi setenta años de esta última. Coronado salva de este modo a su personaje del único interés que tenían los hombres por las mujeres, la hace vieja y sabia; de hecho, es una de las más inteligentes de la novela. Principalmente por esto último, por no ser pasiva y complaciente, se la demoniza: «Si nada pude conseguir de la sobrina, que es un ángel, ¿cómo había de conseguirlo de la tía, que es un demonio?», piensa el poeta. Aun así, su sabiduría no deja de dar cierta rabia. Uno de los pocos poderes que hemos tenido siempre las mujeres ha sido el de educar, pero ella no comparte sus conocimientos y eso hace que se vuelva superflua. Esta actitud de ver, oír y callar por parte de las mujeres más mayores, inteligentes y conocedoras del mundo también está presente en la novela para reprochar su silencio y complicidad con el patriarcado. No deja títere con cabeza. Carolina usa la sinceridad y la impotencia, que escapan de su cabeza y huyen por su mano, para contarnos esta «mentirosa historia». Con un lenguaje sencillo pero culto y directo, en ocasiones mordaz, lleno de intervenciones que rompen la cuarta pared, la autora del texto se convierte en narradora, pero también en confesora, en jueza e incluso en madre. Consigue narrar con la llave maestra del mundo: Dejo a los dos primeros [carruajes] seguir su dirección y acompaño a los dos segundos. Empero los dos segundos al fin se apartan y heme ahora indecisa en la elección. ¿Cuál de estos dos ofrecerá más interés a mis lectores: el de la derecha o el de la izquierda? Una estratagema con la que incluso parece que podemos participar en el texto, una pregunta trampa. Hubiera logrado crear el mismo interés siguiendo a cualquiera de los coches. Rebelde y terca, la autora organizaba tertulias literarias, su casa sirvió no solo como lugar para reuniones intelectuales, sino también como refugio clandestino para aquellos afines a sus opiniones y perseguidos por ellas. Emilio Castelar fue uno de ellos, catedrático y republicano que, además de asistir en calidad de escritor, se escondió allí de la policía, pues en aquel entonces era un revolucionario. Acabó condenado a muerte en 1865, pero huyó a París y logró presidir el poder ejecutivo en la Primera República, de 1873 a 1874. Coronado nos da (muchas) pistas en esta novela sobre por qué se arriesgó a ocultar a un fugitivo, os reto a encontrarlas todas y os cito una para que sepáis a qué me refiero: «La figura de un rey debe quedar siempre envuelta entre sombras, como la de un ser fantástico, porque si nos empeñamos en describirla es muy posible que se nos quite la ilusión de la majestad». Por otro lado, Carolina Coronado no estaba sola, había muchas más mujeres que escribían y habían aprendido de manera autodidacta, prácticamente todas pertenecientes a la burguesía, pues eran las que se lo podían permitir. Juntas crearon una red de sororidad a la que llamaron Hermandad Lírica. Aparte de Carolina, las fundadoras fueron Josefa Massanés y Gertrudis Gómez de Avellaneda, a la que también retrató Madrazo, uno de los artistas más importantes y cotizados del momento, por lo que nos podemos imaginar cuál era su nivel adquisitivo. En sus poemas no solo hablaban sobre el amor, sino también, saltándose sus obligaciones de fisnas damas, sobre el destino y las capacidades intelectua-les de la mujer: reivindicaban el derecho de estas a acceder a la cultura impresa, a la actividad intelectual y a la manifestación literaria. La manera de pensar de Carolina provocó su censura y, aun así, alcanzó cierta fama gracias a la calidad de sus publicaciones en periódicos y revistas. En palabras de Adolfo de Castro, escritor e historiador coetáneo de Coronado que prologó la primera edición de Paquita en 1850: Pero como, en uno de los siglos que están por venir, ha de honrar a las musas españolas una insigne poetisa, orgullo de las márgenes del Guadiana, yo, entendiendo por mi ciencia cuán grande será su ingenio y cuánto el mérito de sus escritos, y habiéndose encendido en mi pecho una devoción singular a todos los rasgos de pluma tan sobrehumana, determiné abandonar por breves horas mi silencioso retiro y poner ante los ojos de ti y del noble concurso de esta academia las obras que escribirá una dama de tal valía. Pensamos que el siglo xvi fue muy diferente al siglo xix, y que este es distinto a nuestro siglo xxi, pero, como si de un juego de espejos se tratase, cada personaje de esta novela tiene su figura en la realidad: la social, pero también la individual de cada uno. Es una obra en la que nos vemos forzados a volver la mirada a nuestro interior para racionalizar la carga emotiva que contiene. Critica la corte (qué envidia que podáis admirar la figura del duque do Novo Mundo por primera vez), la monarquía y la superficialidad (y vanidad egoísta) de los poetas que deciden no ser conscientes de la verdad de su época y banalizan los hechos con versos superficiales. Pero este análisis es extrapolable a la actualidad: se trata de un grito por la igualdad y la realidad crítica, donde la idealización continua de algunas figuras públicas, como la monarquía o la nobleza, ha dejado de tener sentido. Estar informados significa tener conocimiento, el conocimiento es poder (muchas veces también dinero) y, por qué no, repitamos hasta la saciedad que el poder es una responsabilidad para con el resto del mundo. Cada uno debe hacerse cargo de sus privilegios. Carolina los tuvo, sin lugar a duda, pero decidió no cerrar los ojos ni fingir que no los tenía, fue consecuente y trató de luchar por quienes carecían de ellos. Así, no solo se trata de las reflexiones que hace y de las que nos posibilita, sino también de estas figuras que convierte en personajes, un todo indisoluble que hace que lo sorprendente no sea cómo culmina la novela, sino la novela como culminación del acontecimiento mismo, como suceso. Este es un libro que conmueve, no solo por sus reivindicaciones, sino por cómo Carolina nos muestra la realidad de las mujeres a lo largo de la historia. A través de la risa y el llanto, a través de la reducción prácticamente a lo absurdo y a través de sí misma, de su voz y su experiencia, logra hacernos partícipes del dolor y la humillación que siente. Y si hay algo más apasionante que hablar de conocer a fantasmas, eso es hablar de descubrimientos y nuevos placeres, ¿cómo no abrir este libro entonces? El fruto prohibido del edén nos llama, y esta vez nos grita que reivindiquemos hasta el más mínimo de nuestros derechos.

¡Buena lectura!