[…] «Nos hospedamos en casa de unos amigos adorables, una casa vieja, muy cómoda y limpia; estamos todo lo bien que se puede estar en estos tiempos malditos. El aire es sano y vivo, el sol lo ha devorado todo, y el peligro de hambre es aquí más aterrador que de dónde venimos. […] Los niños ríen y corretean en su mundo apartado y feliz, que por nada se inquieta o se entristece. […] Queda claro que los niños no conocen el miedo a lo real.»