Una primera dosis de Holmberg
Cristina Macía
Hay algo de desesperación en la manera de leer que tenemos los lectores adictos. La palabra clave ahí es «adictos», porque no hay adicción que curse sin un cierto nivel de dolor y angustia. También proporciona placer, claro, como corresponde a una adicción: los lectores compulsivos disfrutamos de cada libro (de cada libro que lo merece; el verdadero lector adicto no tiene reparos a la hora de abandonar una novela a medias, a falta de chimenea donde quemarla). Pero el disfrute está contaminado por el ansia de terminar el libro, de llegar a la última página y pasar a la primera del siguiente.
Porque el lector adicto tiene siempre un punto de coleccionista completista. Quiere leerlo todo. De los autores que le gustan, por supuesto, no de los que acabaron en la chimenea, por la ventana o, desde que perdimos a Vázquez Montalbán, en la pila de libros para la tienda de segunda mano. Pero si un autor le gusta, le gusta de verdad, quiere leerlo todo.