—¡Oh! pasan por allí las más hermosas mujeres del mundo».
Este hombre, cuyo sueño consiste en trabajar en un cabaret parisino, es nuestro gran cronista. Un duelista pendenciero, mujeriego empedernido y bohemio de corazón. Un viajero incansable que ya de niño se escapó del internado saltando por los tejados para echar a andar, como si tal cosa, desde Guatemala hasta El Salvador. Y así siguió después, viajando por todos los continentes, hasta llegar a Tierra Santa, a Egipto, a Japón. Fue diplomático, quizá a su pesar, miembro de la Real Academia Española y autor de varios libros elogiados por Galdós. Pero fue, ante todo, un agudo observador con cierta adicción a la pluma, un príncipe entre los cronistas. Y como tal, cogió un tren desde Madrid el 9 de noviembre de 1914 rumbo a la región en guerra, para recorrer los pueblos cercanos al frente, meterse en el barro hasta las rodillas y traernos los memorables artículos que ahora estamos reuniendo. Mil vidas vivió Gómez Carrillo, y aún así le faltó una: la de empresario del Folies Bergeres. Quizá por eso, para resarcirse, se casó con una cupletista.
Los escritores han dicho:
«Nadie fue más famoso que Enrique Gómez Carrillo en los ambientes artísticos y literarios de París, Madrid y Buenos Aires. Era un golfo genial». Fernando Iwasaki
«La literatura de Gómez Carrillo ha dejado la guerra en suspenso sobre nuestras cabezas, y después de la batalla ya nunca seremos los mismos. Un siglo más tarde nos hemos convertido en pequeñas víctimas que arrastran, cada uno a su manera, las secuelas del conflicto al cerrar el libro». Javier Azpeitia
«Pocas veces he visto un ejemplo tan admirable, un conjunto tan acentuado de independencia y de flexibilidad, de entusiasmo y de razón». Benito Pérez Galdós.
«Es usted impresionable e incansable. Es usted ansioso y deseoso; y hemos convenido en que sin escribir versos es usted un poeta». Rubén Darío.
«Sabe pintar un paisaje, una ciudad, un palacio pero alcanza además a poblarlos». Maurice Maeterlinck.