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Blog de Pequeñas historias de la Gran Guerra

Enrique Gómez Carrillo

Prólogos de Benito Pérez Galdós y Javier Azpeitia

Os dejamos como aperitivo la dedicatoria que escribió Gómez Carrillo a Campos de batalla y campos de ruinas:

AL SR. D. JOSÉ LUIS MURATURE

Ministro de Reclamaciones Exteriores

de la República Argentina.

Permítame usted, querido amigo, que ponga su nombre ilustre a la entrada de esta galería de horrores.

Cuando estuve en Buenos Aires, hace un año, me pareció notar que muchos argentinos hablan de la guerra en general con un entusiasmo romántico.

Lo que necesitamos para ser un gran pueblo —me dijo un escritor notable— es una gran guerra.

Aquel escritor tenía una noción caballeresca de las luchas entre pueblos. Y, si he de confesar la verdad, yo también la tenía entonces, por no haberla visto sino en los poemas y en los lienzos de los museos.

¡Ah! ¡Crear una leyenda nueva digna de ser perpetuada por un Rubén Darío, por un Leopoldo Lugones, por un Mariano de Vedia; sin duda la tentación parecíanos bella…!

Tiene usted razón —le contesté.

Y he aquí que esta simple frase, pronunciada en un café, entre el humo de los cigarrillos y los vapores del champagne, me persigue desde hace meses a través de los campos de batalla con una persistencia de remordimiento y de obsesión. Porque la guerra, vista de cerca, no es bella, no. Es horrible. Aunque uno se empeñe en engalanarla con festones de heroísmo, la dura realidad aparece siempre en cifras de espanto que se dijeran grabadas por Callot en una plancha de acero.

Por eso quiero gritar a la Argentina y a América con toda mi alma, con toda mi voz: ¡Ved lo que es la guerra!… Ved que no hay en ella armaduras lucientes, ni clarines sonoros, ni bellos gestos heroico, ni nobles generosidades, ni estandartes vistosos, sino sangre, miseria, llamas, crímenes, sollozos…

Mi grito, a usted lo lanzo, querido amigo, porque para mí, como para muchos otros, usted es el representante más ilustre de la futura política argentina. Óigalo usted con benevolencia, y créame siempre su amigo y admirador,

Enrique Gómez Carrillo

Nancy, marzo de 1915